martes, 26 de julio de 2011

Triste vagabundo sin HOGAR.

Me he despertado entre cartones, otra vez. La primera sensación que tengo al abrir los ojos es de claustrofobia. Cada noche intento obviarla si no estoy muy cansado, ya que si me encuentro agotado emocionalmente me da igual meterme en una improvisada caja de cartones encontrados en la basura, y no noto apenas que estoy atrapado en un ataúd. En un futuro ataúd, ya que voy a morir allí.

No he podido estirarme, no he podido enjuagarme la cara, y me he meado encima. No tengo dinero para ir al médico, y el sufrimiento y las infecciones me traen sin cuidado. Hasta cierto punto, claro. Tengo que comer. Hoy toca ya. Tengo que conseguir un par de monedas.


La gente pasa ante mí, pero no soy visible para sus ojos. Tienen sus vidas, ellos sí, y parece como si quisieran restregármela por delante de mis cojones. Todos pasan, y prácticamente nadie me hace consciente de que han visto mi muñeca vendada con algodón sucio. No es nada en realidad, simplemente un día al levantarme me tropecé y apoyé contra el suelo y me magullé. Llama la atención sólo porque el vendaje está sucio.

Pero soy idiota, soy subnormal, soy un puto pobre que está lleno de enfermedades contagiosas, un vago, un ladrón, un impostor. Por tanto, nadie puede mirarme más de 2 segundos, porque con menos, no noto que sus ojos señalan mi ropa marrón, mis pantalones mojados, o mi vendaje. Porque soy idiota.

-Hola, ¿qué te ha pasado en la mano?

-Una rata me ha mordido en mi alcantarilla, ¿quieres ver la herida?

No hay respuesta, maleducados. Espero y nada. Impostores ellos, no yo.

Tranquilamente, espero a ver si puedo conseguir mi sustento económico, y de mientras, observo. Sinceramente, mi vida se basa en observar a los demás. Mi vida se basa en eso, y yo me obligo a basarla en sentir aprecio por esos desconocidos.

No, aprecio no. Cariño. Amor.

Veo pasar a Sofía una vez más, como cada día a esta hora. Le tengo cariño, la quiero mucho, le pongo nombre. Me cae bien, pero después de conversaciones, desaparece. Tiró monedas, me dio de comer, hasta que se cansó de mí y desapareció. Ya no la veo pasar delante de mí, ahora toma un atajo. Así no noto que me evita. Porque yo soy gilipollas.

Recuerdo en tiempos lejanos a la bruja bonita. Se sentaba a mi lado todos los días, y siempre me llenaba mi bote de dinero. Me cuidaba. Me concedí el honor de quererla. ¿Qué pasó con ella? Ojala te fueras volando en tu escoba, porque me mata verte todos los días dentro de tiendas lujosas donde yo nunca podré entrar, por miedo. Cobarde… qué tiempos. Qué tiempos presentes. Soy agobiante, ¿verdad?

Sigo mirando a la gente pasar, evitándome y a la vez contemplándome para olvidarme a los 4 segundos. Me vuelvo a mear encima. Da igual. Yo jamás me he fijado en la entrepierna de nadie, nunca, y quiero a alguien que no se fije en la mía, ni seca ni mojada. Quiero alguien que se fije en mis manos, aunque una de ellas esté herida.

Que se fije en mis manos para bien. No quiero conmigo a las palomas del parque. Ellas picotean de mis manos la comida, y cuando ya no queda nada que digerir, cuando estoy ilusionado porque siento que aceptan mis manos y empiezo a ser feliz, es cuando las ven.

-Nos da igual que nos hayas dado de comer, que hayas gastado tu escaso dinero en nosotras, que tu comida haya sido nuestra razón de revolotear en éste y no en otro parque. Ahora vemos tus manos, y eso nubla a todos los demás.

Y todas, todas, todas, todas y todas, se fueron volando a lo que algunos llaman otro país, prometiendo mandarme a alguna de sus hermanas mensajeras, porque me quieren mucho.

Y no hay respuesta, maleducadas. Espero y nada. Impostoras ellas, no yo.

Los vagabundos lloramos. Estoy llorando ahora. Por favor, solo lo suplico… quiero una moneda. No pido billetes, nunca lo he pedido. Aunque los deis y recibáis a diario conforme a multitud de entidades, delante de mis ojos. Prometo ver, mirar sin rechistar y callar. Callar mientras mi corazón mea sangre. Quiero una moneda, quiero que alguien me quiera con mi vendaje, que cuente conmigo cosas acerca de la rata que me mordió en esa alcantarilla y me arrancó el dedo anular de cuajo.

Me meo. De la risa esta vez. Risa diabólica. Diabólica y siniestra, de psicópata. Me doy asco.

Creo que he perdido el corazón, porque también me empiezan a dar asco los demás. Solo veo a millonarios que pasan de mí, sólo siento eso.

Pero entonces, aunque no tocase por horario, llegó el alba a mitad del día. Me hizo olvidar todo lo demás, todo, todo, todo, todo y todo. Mis pantalones se secaron, mi vendaje se limpió considerablemente. Y sonreí.

-Soy feliz.


Pero soy idiota, soy subnormal, soy un puto pobre que está lleno de enfermedades contagiosas, un vago, un ladrón, un impostor. El alba oscureció, se nubló y se distorsionó entre todos los huecos posibles, mientras cada vez a lo lejos logré oír restos de eco que decían “no eres pobre, eres rico, más rico que nadie, te quiero mucho, juntos construiremos una mansión especial”.

Adiós.

Ya todo da igual. Ya no tengo corazón, me he acostumbrado a esto.

Otro día más ni una sola moneda, a pasar el día en ayunas. No tengo fuerzas ni para recordar. ¿Palomas? ¿Parque? ¿Río? ¿Cine? Ya me da igual, me he vuelto a mear. Por última vez. Mi vejiga de la fe se ha vaciado por complejo, y el sol del verano de 2011 evapora los restos.

Moriré en mi recuerdo más reciente, junto a la puerta de la mansión inexistente, entre mis cartones con forma de ataúd. Esperando, esperando sin fe, pero allí esperando mis últimos instantes de vida.

Escuchando de algún lejano lugar, pero aquí mismo, que no he tenido suerte. Nadie se encariña de los desconocidos con vendaje en una mano, sólo yo. Solo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

qe bien sabes meterte en el pellejo de otros y qe mal qe no lo hagas en el mio, qe pasa? qe no estoy tan sucia no? puedo mejorar :(
hola.
pacto.
pacto...