viernes, 23 de noviembre de 2012

Verdades que con el tiempo acaban saliendo.

¿Tiene algo que ver todo esto con el hecho de haber abandonado los tres Sé lo que hicisteis? ¿Sucedió algo que precipitase vuestra salida del programa?

Ángel Martín: No, en mi caso fue la sensación de estar haciendo lo mismo durante cinco años y que el programa ya estaba en una fase donde podías participar muy poco. Llega un momento en el que, cuando has comentado por décima vez que Matías Prats se ha trabado un poquito, deja de tener sentido. Dejó de ser divertido. Yo tuve un poco más de suerte que ellos porque empecé en un momento en el que el programa empezaba. La Sexta empezaba. Había una libertad muy salvaje. Durante algún tiempo viví algo que no era la tele. Era otra cosa, con otras reglas. Y poco a poco se fue convirtiendo en televisión. Creativamente, me parecía muy poco interesante. Tenías que decidir, después de cinco años, si querías hacer lo que decían unos señores o si cambiabas de aires y te ibas a investigar en otro sitio. En mi caso, fue por aburrimiento. No me divertía, y como cómico, si no te diviertes, no tiene mucho sentido.

Alberto Casado: En mi caso, más que por aburrimiento fue porque cambió el programa de un año para otro. Básicamente llegué un día y me dijeron que no contaban conmigo como imagen para el programa. Yo llevaba cuatro años haciendo sketches, presentando, etc. Y un día me dijeron que no iba a salir más. Que la gente que decidía no quería que saliese en pantalla.

¿Pero hubo un cambio de directiva? ¿A qué se debió ese nuevo rumbo que todos apreciamos?

A.M: Hubo un cambio de dirección…

A.C: Fue un cambio en la filosofía del programa. La dirección ya había cambiado a los tres años, pero no fue ese el problema. De un año para otro, después de Navidades, cuando llegamos nos dijeron que todo iba a ser distinto, que habría otra filosofía. Y a mí, además, me dijeron que no iba a salir más. Y me sentó bastante mal, porque me parecía injusto. Estuve unos quince días de guionista y al final lo dejé. Era un trabajo seguro, pero estaba cabreado por esa decisión. Simplemente, no me pareció bien y me di quince días para irme.

Rober Bodegas: Yo ya había perdido protagonismo como cara del programa antes de esto, pero participaba como guionista en el guión de Ángel y al irse él dejé de tener motivaciones. Además, la nueva propuesta de escritura no era comedia. Un día llegó un jefe y dijo “esto ya no va a ser un programa de humor, va a ser un magacín”. Y si eres humorista no escribes magacines.

De hecho, os fuisteis y el programa cambió radicalmente.

A.M: Ya estaba cambiando. Mi sensación es que se estaba intentando cambiar y algunos estábamos peleando desde dentro para que no cambiara. Y eso impedía de alguna manera que el programa evolucionara en otra dirección. Al final no sabes si es mejor o es peor, pero algunos estábamos empeñados en que fuese un programa de comedia. Y llega un momento en el que decides.

R.B: Te retenían con promesas. Les decías que se había hablado de hacer comedia pero no se hacía comedia y te contestaban “venga, tienes razón, no te enfades, vamos a hacer comedia”. Pero la hacías al día siguiente y al siguiente ya no.

¿Creéis que el programa murió por el cambio de formato?

A.M: No, el programa murió por la cantidad de tiempo que llevaba y porque se perdió el norte. Llegó un momento en que nadie sabía de qué iba ese programa. Todo el mundo empezó a dar palos de ciego, todo el mundo empezó a tomar decisiones, y nadie sabía realmente de qué iba aquello.

A.C: Aparte de ese momento en el que se tomó la decisión de dar un giro, el programa ya llevaba más de un año cambiando poco a poco. Ya se habían tomado pequeñas decisiones. Desde fuera, si veías el programa a lo mejor te echabas unas risas, pero desde dentro ibas notando el cambio. Y de repente se impuso el nuevo rumbo y ya se notó más.

R.B: Fueron demasiadas cosas. El último año todo adquirió cierto aire de grandeza con el plató aquel, la escalera…

A.M: Todo era excesivamente grande, sí.

R.B: Pasó de querer ser una cosa que molaba porque era modesta, a querer ser el gran show que no era.

A.M: Se pasó de jugar a ser lamentables a pretender jugar a ser guays.

A.C: Es lo que hablábamos antes. Aquí, en España, llega un momento en el que alguien te dice “oye, que tú molas, que tú no puedes hacer esto porque tú molas”. Y en ese programa pasó eso. Un día llegó alguien que dijo “vosotros moláis, vosotros tenéis que ser la polla”. Y eso no nos vino nada bien.

R.B: Hubo una directriz que consistía en que no podíamos reírnos de la cadena ni de nosotros mismos. Y eso, como humorista, es una mierda. Reírte de ti mismo es lo que te legitima para reírte de los demás. Yo empiezo mi show diciendo que estoy gordo, y a partir de ahí puedo hacer las bromas de gordos que yo quiera.

Quizá esto sucediese así porque Sé lo que hicisteis era el programa de referencia de La Sexta, salvando el deporte.

A.M: Sí, estaban El Intermedio, Buenafuente y nosotros.

¿Y no os daba la impresión de que estabais manteniendo una batalla titánica con el mundo del corazón cuando quizá en la calle nunca llegó a existir un interés por ese mundo en la forma en que vosotros creíais que existía?

A.C: Estoy de acuerdo.

R.B: Siguiente pregunta (risas).

Confieso que a veces yo veía el programa y pensaba “no tengo ni idea de lo que me están hablando”.

A.M: Es que daba igual de lo que te estuviesen hablando. Sé lo que hicisteis consiguió hacer una cosa que muy pocos programas han conseguido, y es verdad aunque suene a tópico. Los que estábamos allí haciéndolo éramos muy colegas, y el lenguaje que usábamos era un lenguaje que no es el habitual en la tele. Hablabas como en la calle. Llegabas y decías: “Es lunes, vaya puta mierda venir a trabajar”. Y tú estabas en casa y pensabas “¿ha dicho ‘vaya puta mierda venir a trabajar?’”.

R.B: Se producía un cierto vínculo de identificación o familiaridad. Nunca se menciona cuando se habla del programa, pero era algo que te hacía conectar. La gente se daba cuenta de que éramos unos tíos que hablaban como ellos y que cuando veíamos esas cosas pensábamos que eran una mierda, como ellos. Lo del corazón tuvo sentido cuando empezó Sé lo que hicisteis, porque entonces en la parrilla había hasta diez programas de corazón. Pero al final, el único que quedaba era Sálvame y aquello perdió sentido.

A.C: Y porque, aunque hables de corazón, si pones unas imágenes de un programa, criticas a un periodista, y el que está en su casa ve las imágenes, se indigna y escucha tu crítica, le va a parecer muy bien, porque… menuda gentuza. Pero cuando ya no puedes poner eso y terminas tú hablando de corazón, y encima no te dejan poner las imágenes, te das cuenta de que a la gente que te está viendo, realmente se la suda.
[Por sentencia judicial, se prohibió a La Sexta usar imágenes de Telecinco en septiembre de 2008, N. del R.]

R.B: Hubo un momento en que fue interesante explicar las trampas de esos programas porque había gente que no las conocía, pero los mecanismos siempre son los mismos y deja de tener sentido explicarlos una y otra vez. Ya sabes cómo funciona un montaje. Sabes cómo funciona una exclusiva. Explicarlo cada vez se hacía cansino…

viernes, 5 de octubre de 2012

Árbol que añora.

Añoro la inocencia,
la falta de tecnología,
cuando una flor valía
y no había carencia.

Añoro ver el deshojar,
sentir que valgo, por utilidad,
el uso de mis hojas,
una dice no, otra dice sí,
la última decide con su fin.

Ya no vivo así, la ciudad cambió
todo lo justifica una aplicación,
espectáculo virtual
reflotación del mal,
el mundo enfermó.

Añoro sus abrazos, sus ternuras,
sus voces al contar hasta diez
sus amigos ocultos en mis hermanos
y la dura búsqueda sin mapas,
con rimas creadas en la vejez.

Hoy solo tatúan sus nombres,
a sangre, fuego, a pares, nones
para ser recordados en la madera
y mañana olvidados en mis laderas.

Pasamos de inocencia a arrogancia,
de aurora boreal a caracteres,
de recitales con retales a blogs artificiales
y de personas con utilidad a árboles,
otros árboles, sin deshojes, sin sien,
sin cabeza que lleguen a entender,
sin poemas para su vejez.

jueves, 28 de junio de 2012

Antes del 15 de junio.


Una noche cualquiera, antes del 15 de junio, estaba yo paseando por la televisión y me tropecé con una zancadilla de laSexta3. Vi a una pareja en un barco, hablando sobre un tema que no recuerdo, y sentí algo que no sé explicar. Una extraña fuerza me llamó a tener que ver esa película, y a apagar inmediatamente el televisor para no destriparme nada.

 
Cogí el paracaídas de mi armario y me tiré al vacío del mundo de la red, con el fin de encontrar el título de la película y rezar porque las ministras censuradoras de cultura no se hubiesen entrometido talando los árboles que llevaban a la cima del cine gratuito de mi habitación. La película que se estaba emitiendo se llamaba “Antes del atardecer”, y el principio de su sinopsis hacía referencia a una película anterior, “Antes del amanecer”. Cerré pues todo rastro de la secuela (insisto en que algo extraño me decía que no podía tener ningún tipo de spoiler, e intuí que si seguía leyendo me revelaría algo de la primera parte), y me centré en lo justo que debía saber de “Antes del amanecer”: era una película de 1995, con una nota alta según filmaffinity (7’4, y 7’2 la segunda parte), cine independiente, y con un argumento aparentemente simple como el hecho de que un americano está de interrail por Europa, en uno de los trenes conoce a una francesa, y juntos deciden cometer la locura de bajarse en Viena, sin apenas dinero, para pasar un solo día de sus vidas juntos hablando, antes de retomar cada uno sus respectivos caminos. Sí, hablando.

Tenía que verla. Sabía que iba a convertirse en una de mis películas favoritas, y quizás también le cogería algo de aprecio, aunque no mucho, a su segunda parte. Me descargué ambas.

(Play antes de seguir leyendo)



Traté de ponerme a verla en numerosas ocasiones, y esto es real. Una vez llegué incluso a apagar las luces innecesarias y a darle al play, pero siempre había algo que me lo impedía. Una repentina necesidad de dormir 10 horas, un efusivo deseo de ver repeticiones de “Aquí no hay quien viva”, una imprevista conversación que se alargaba hasta horas intempestivas… y así pasaron los días y las semanas, con la sensación de llevar una carga de la que tenía que desprenderme, pero que aún no era el momento. 

Entonces llegó el 15 de junio.

Ese día estudié más que nunca, hasta el punto de saturarme tanto que por la tarde tuve que salir a pasear escuchando música, y al volver a casa, cansado, supe que había llegado el momento. Ahora sí, hoy no habría nada con más prioridad, había más silencio que de costumbre, un tiempo ideal para ver una película que requiriese mucha atención y concentración.

Y vi “Antes del amanecer”. Admito que alguna vez (más de una) tuve que darle a retroceder unos segundos, bien porque no capté del todo el mensaje del momento, bien porque lo capté y me gustó tanto que tuve que repetirlo. Al acabar, un silencio que solo dejaba sonar los latidos de mi corazón, de una forma un tanto más armoniosa y agradable que los descritos en “El corazón delator” de Edgar Allan Poe.

Fue un déjà-vu, pero esta vez sin saber premeditadamente que necesitaba saber más, valga la redundancia. Misma sensación, pero si se me permite decirlo con mayor madurez, que tras acabar “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”.

No hay que tomar decisiones a la ligera, ni decir burradas de las que luego puedas arrepentirte… por eso he dejado que pase tiempo para escribir esto. Por eso, aunque me moría de ganas por ver la secuela, esperé. Primero porque mi tiempo pedía engrandecerse, y segundo porque entre una película y otra hay 9 años de diferencia, tanto en la realidad como en la trama. Qué menos que dejar pasar una semanita para continuar la historia de Jesse y Céline. Y sí, se repitió la sensación, otro enorme déjà-vu al acabarla.


En efecto, tras dejar que el tiempo, que mi tiempo juegue con su cronología a su antojo hasta el extremo de ser capaz de crear un poema a partir de sorber un simple batido (yo me entiendo), he de decir que hoy por hoy, aquí a mi alrededor y al de nadie más, “Antes del amanecer” (y “Antes del atardecer”, la historia en general) es la mejor película del mundo.

¿Por qué es la mejor película del mundo? Por cómo cuenta lo que cuenta, y en sí por lo que cuenta. Es la película (las películas) que a mí me hubiese gustado escribir, tal cual, sin cambiar una sola coma. No voy a esforzarme en vender la moto a nadie ni explicaré con detalle, como hice con la traducción de “Eternal sunshine of the spotless mind” o con la ausencia de la vis cómica de las muecas de Jim Carrey en la misma, que no es una historia de amor convencional hecha para vender (aquí nadie tiene ganas de nadie a tres metros sobre el cielo), simplemente afirmaré mi verdad de hoy y de mañana por la mañana, que esto es CINE.

¿Y por qué ha superado en mi particular ranking a “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”? Esto quizás es más complejo de entender y de explicar. Por supuesto que la calidad de mi ex película favorita es inamovible e irreversible, y así será hasta que yo deje de existir, pero… pues sí, es difícil de explicar. Es simplemente dejarte llevar más por la cabeza que por los sentimientos; por ejemplo una madre siempre dirá que su hijo troll es más guapo que cualquiera, un nostálgico siempre afirmará que algo de su época es mejor que lo actual aunque sepa en realidad que eso no es así… etc, etc, etc. Pues yo, en este caso, y a partir de ahora creo que en todo o eso intentaré (es una de las cosas que me han enseñado estas dos películas, aunque ya mi savia me venía fluyendo algo), he sabido admitir en mi mundo la evidencia. Y, en este caso, la hago pública a los demás mundos (esto no lo haré con todo, sería una locura). Dejo atrás el cariño y la nostalgia, los sentimientos irracionales, y admito que las “Antes del…” me han llenado más, y que son mejores.


Me pregunto qué pensaría Clementine de mí si leyera esto…



PD: Creo que el destino existe, al menos a veces. He hablado de esa extraña fuerza que no me dejó ver la película hasta el 15 de junio… pues bien, tras ver a la semana siguiente la segunda parte, me quedé con ganas de más. Tal fue el caso, que en un alarde de originalidad busqué información sobre una hipotética “Antes del anochecer”, y me encontré con unas declaraciones del actor protagonista con fecha del 15 de junio diciendo que en 2013 estrenarían la tercera parte. Es más, se va a hacer así porque han pasado otros 9 años desde la última. Dicho de forma más clara, he llegado a una película de 1995 el mismo día en el que se ha confirmado, 17 años después de su estreno, que habrá una tercera (y por cuestiones de títulos quizás sea la última) entrega. Quién sabe si de otro modo me habría enterado.

martes, 31 de enero de 2012

El destino a las 5 de la mañana.

No sé si creo en el destino. Es decir, a veces creo que existe y a veces no. Y siempre con argumentos de peso, llevando la razón. Siempre. Eso es parte del problema, que siempre llevo razón... como todos.

No hay que olvidar nuestro ideal de destino. Un destino malo no es un destino. O sí. Ahora dudo... Pero quiero decir, cuando no somos felices, no creemos en el destino. No va con nosotros, nos volvemos escépticos, "¿Cómo es posible que me esté pasando a mí esta desgracia? Está claro que el destino no existe, no para mí. Es más, la vida es una mierda. Mi vida es una mierda"

Ahora, cuando somos felices, creyentes de primera oiga.

Parecemos bipolares.

Somos a veces demasiado vividores del momento presente. Sí, demasiado. Con todavía toda nuestra existencia por delante afirmamos con rotundidad cosas que solo podemos saber si hemos vivido UNA VIDA. Y de hecho me las estoy dando de listo afirmando esto último, pero lo que sí está claro es que tanto tú como yo, aparte de ser la ostia por estar vivos (y por tanto estar ganando la cruenta batalla a palos con la vida), no podemos saber si el destino existe (ni otras muchas cosas, infinidad), y si nos ha llegado ya.

"volar tan cerca del sol solo me puede quemar..."