miércoles, 26 de enero de 2011

MI ENTRADA NÚMERO 100

No puedo ver en negro, pues por mucho que cierre los ojos veo puntitos amarillos impregnados en esa deslucida superficie. El párpado de mis ojos es demasiado fino para no dejar traspasar ese mínimo de luz que viene de imitadores, de meros ilusionistas que fingen ser el Sol. Porque igual o menos imposible es que mire al sol directamente como que desaparezca la brillantez de sus imitadores.

En un absurdo intento, casi experimental, de pretender conocer la ausencia de todo color, me ayudo de la palma de mis manos para cubrirme los ojos. No obstante por mucho que apriete contra mi cara, inexplicable o explicablemente, no me desvanezco.

Puede que sea un invierno caluroso, un verano frío, una primavera sin amores, un otoño con hojas, puede que el clima venga a manos de la normalidad. Siempre habrá rendijas no unibles a mi piel por las que se cuelen las estrellas.


Las estrellas que forman la noche, que cumplen con ese cielo dejándolo anonadado y parpadeante. Anonadado, parpadeante, y feliz. Feliz en ese sendero de constante superación personal, de avance continuo hacia la lejanamente infinita meta de la felicidad suprema.

Pero solo feliz en el recorrido del trayecto, nunca en la meta. Ya que, a pesar de tener las estrellas, muchas de ellas son fugaces, otras son muy parecidas entre sí, y otras desaparecen sin más. ¿Alguien nota cuando en el cielo falta una estrella? A veces sobran demasiadas.

Por eso existes tú, la luna. Para mis ojos la más grande de todas. Única, diferente entre tanta oscuridad, rodeada de tantas estrellas. La única de la que soy consciente si desaparece, y la única que cuando lo hace, realmente casi suelda las rendijas por las que pasa mi claridad.

Aquella sensación, cuando hipócritamente me convierto, ahora yo, en ilusionista que transforma astros a su antojo… es la que me hace ver, con los ojos abiertos de par en par, sin parpados de por medio, un cielo sin estrellas. Y no uno cualquiera, sino el mío. El nuestro.


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Y a las 23:59 del día 26 de enero de 2011, llegó mi entrada número 100. No se me dan bien las celebraciones, así que he optado por escribir lo que pienso en estos momentos. De corazón. Aunque todo haya cambiado y todo siga exactamente igual. Aunque en el cielo no haya estrellas…

Ahí están.

jueves, 13 de enero de 2011

Pensamientos al azar sobre el día 11 de enero de 2011

Es raro. Aunque ese término sea muy abarcador del concepto general contrario a la normalidad, no encuentro otro adjetivo para definir ese día. Es como dejar de estar de forma repentina dentro de sí. Te levantas, todo normal, llegas a tu casa pronto por no haber ido a la última clase de la facultad, y a partir de ahí todo se vuelve confuso y raro, y así sigue.

Quizás sea por esa silueta de espaldas, tan lejana en apariencia, diminuta ante mis cada vez menos metafóricos ojos. Quizás efectos secundarios de estudiar Análisis Funcional.

Pero es como salir fuera de tu propio cuerpo. Como cuando ves una película, que ves en 2 horas a una serie de personajes y sus vidas, y prácticamente nunca la película va a tiempo real. Siempre abarcará varias horas o días, quizás meses o años. Es ver una película de tu propia vida, pasa todo muy rápido.

¿Queremos algo más? ¿Esperamos algo que no sabemos qué es? ¿Ha pasado y no lo hemos visto?



Los días desaparecen, y cuando relea mi diario de emociones cierto tiempo posterior al presente, no hallaré nada en ese día.

Fantasma, y no en el sentido popularmente peyorativo de la palabra. Fantasma de mí, en mi 11 de enero de 2011.

Y termino esta entrada apagando el ordenador, a día 12 (ya 13 en realidad) de enero, cuando son las 0:56, pues ya ha acabado el día y es hora de acostarse.