la falta de tecnología,
cuando una
flor valía
y no había
carencia.
Añoro ver
el deshojar,
sentir que
valgo, por utilidad,
el uso de
mis hojas,
una dice
no, otra dice sí,
la última
decide con su fin.
Ya no vivo
así, la ciudad cambió
todo lo
justifica una aplicación,
espectáculo
virtual
reflotación
del mal,
el mundo
enfermó.
Añoro sus
abrazos, sus ternuras,
sus voces
al contar hasta diez
sus amigos
ocultos en mis hermanos
y la dura búsqueda
sin mapas,
con rimas
creadas en la vejez.
Hoy solo
tatúan sus nombres,
a sangre,
fuego, a pares, nones
para ser
recordados en la madera
y mañana olvidados
en mis laderas.
Pasamos de
inocencia a arrogancia,
de aurora
boreal a caracteres,
de
recitales con retales a blogs artificiales
y de
personas con utilidad a árboles,
otros
árboles, sin deshojes, sin sien,
sin cabeza
que lleguen a entender,
sin poemas
para su vejez.