Me persigue la melodía de una
canción. En momentos de soledad, de pensar, de antes de dormir, la oigo. Sé
cuál es, la reconozco de haberla escuchado numerosas veces en mi pasado, pero no
recuerdo el título. Me lleva únicamente a imágenes, mezcla recuerdos con ficción,
vivencias con deseos, mi pequeño ratito diario.
Es un trozo de esperanza, no
llega a una, pero a veces si me concentro casi me siento en mi propio concierto
particular. Aunque sin bises, y eso me entristece, porque se acaba. La canción
se acaba y realmente ni siquiera la he oído, solo la he sentido, y entonces me topo con
mi actual realidad. No me gusta vivir fuera de la canción ni quiero seguir
siendo consciente de ello, pero es que no encuentro alternativa. Pasa el
tiempo, suena la misma melodía siempre que la pido a lo poquito que me queda de
alma, y al acabar no tengo motivos para sonreír ni para seguir.
Solo quiero tener mi propia
tienda de música, donde yo pueda rebobinar y darle al play, donde yo diga qué
entra y qué va a la puta basura, y donde ningún fantasma me susurre sus miedos
para joderme mi vida.
Supongo que ya queda menos.