domingo, 31 de octubre de 2010

El autobús de Sevilla.

Esta historia se desarrolla en un futuro no muy lejano...



En una calle ancha, más bien una avenida principal, llena a todas horas de todo tipo de vehículos existentes, insoportable en las horas puntas, todos los días un misterioso habitante de Sevilla se situaba en un cierto punto de la acera, y se quedaba allí de pie.

Pasaba inadvertido para todos, pues todo el mundo iba o bien dirección a sus coches dispuestos a conducirlos, o bien ya los estaban conduciendo e iban atentos a los semáforos, o bien eran meros viandantes.

Este misterioso habitante se quedaba allí de pie, mirando a todos los coches, hasta que se hacía de noche. En el momento en que podía contemplar la oscuridad de la noche rota por el resplandor de la luna, daba un suspiro, y tras decir “a ver si mañana llega” volvía andando, dirigiéndose a algún lugar de la ciudad, probablemente su casa.

Todos los días hacía lo mismo, todos los días se quedaba allí de pie, esperando. A veces se preguntaba si, inconscientemente, lo que esperaba era únicamente la luna.

¿Qué haría cuando hubiese luna nueva?
 


Un día como otro cualquiera, en el que empezaba a desesperarse de tanto esperar, tuvo la mala suerte de ser descubierto, cual jugador en un casino hallado contando las cartas por las cámaras de seguridad, por el ejercito de los Monteseiriños. Le vieron esperando en la acera, y de forma rápida y concisa, le asestaron un golpe y lo llevaron secuestrado en un camión oscuro.

Pasó el tiempo, y sin nuestro protagonista tener conciencia de si pasaban minutos, horas o días, despertó en un horrible y húmedo zulo, atado a una silla y observado por un grupo numeroso de hombres altos y musculosos, acompañados de algunas mujeres con pinta bastante chunga.

- ¿Qué coño esperas siempre en esa acera? - preguntó de manera violenta y desagradable uno de los hombres.

- El… el autobús.

Una de las mujeres pegó un chillido y cayó desmayada, dándole pequeñas convulsiones. Se la llevaron rápidamente de aquella habitación, presumiblemente al hospital. El hombre se acercó al habitante de Sevilla lentamente, y cuando estaba frente a él le agarró con la mano derecha el cuello y ascendió todo su cuerpo unido a la silla ligeramente por encima del nivel del suelo.

- No vuelvas a decir eso jamás en toda tu puta vida - dijo el hombre, perdiendo los estribos, mientras el habitante de Sevilla iba quedándose sin aire, pero aún lejos de morir.

- Pero… - balbuceó, siendo interrumpido

- Ni peros ni hostias, ¡aquí no se pronuncia esa palabra! - gritó dejando caer la silla de golpe contra el suelo.

A lo lejos se podían oír todavía los gritos de angustia de la mujer.




 - Pero si siempre ha habido autobuses en Sevilla, no entiendo por qué ahora tengo que esperar horas y horas sin que llegue ninguno…

- Las decisiones de nuestro jefe Monteseirín son inescrutables, y ahora para ir a los sitios lejanos sin disponer de vehículo propio hay que ir andando o en taxi, y punto.

- ¿O en tranvía, no?

Esta vez fue un hombre, tal vez el más mayor de toda la habitación, el que cayó histérico desmayado. Dio la impresión de que le acababa de dar un infarto.

El que parecía el jefe de todos ellos no se contentó ahora solo con alzar al sevillano en lo alto y dejarle sin oxígeno un leve instante de tiempo, y como castigo a su insolencia levantó la silla y la tiró con todas sus fuerzas contra la pared de la habitación, rompiendo una de las patas al estamparse contra ella. Empezó a brotar sangre de alguna parte del cuerpo del secuestrado.

- ¡¡He dicho sitios lejanos!! !Los tranvías son vehículos de transporte para una distancia de 50 metros!

Mareado, pareció aprender la lección:

- Vale, vale, entendido. Nunca más volveré a considerar a los autobuses como opción para ir a ningún lado.

- Así me gusta.

- Pero me gustaría tener una explicación. La reducción casi al 0% de los autobuses en Sevilla… ¿se debe a la crisis?

Lo siguiente que el misterioso habitante de Sevilla recordó, a excepción de leves flash-back de golpes de paliza con réplicas como “es una desaceleración”, es despertarse, totalmente aturdido, en un gran campo completamente verde. Era un campo sin fin, verde por doquier, interminable. No había aceras, solo verde. Verde, verde y más verde. Toda la ciudad llena de verde.

¡¡¡Clinc, clinc!!!

Pitó una bicicleta, y la única opción que tenía el andante para huir del carril bici era salir a la carretera, pues ahora tampoco existían las aceras peatonales. Así lo hizo.

Lógicamente fue atropellado. Dio la casualidad de que en ese mismo instante pasó por allí, de forma casi paradójica, un autobús, y chocó contra él, pues en su completo alrededor sólo había obras, y no pudo esquivarle.

Había una calle cortada para hacer un túnel subterráneo, otra para prolongar el recorrido de un tranvía 50 metros más, otra para las obras de la línea 2 del metro (que decían que para el año siguiente estaría lista), y por la única vía de escape de la que disponía estaba ocupada por unos pintores que estaban borrando un paso de cebra de rayas blancas rectangulares perfectamente visibles para convertirlo en pequeños cuadraditos blancos ocultos en sus extremos, por lo que el autobús no tuvo más remedio que arrollarle.

Murieron el peatón, el conductor, y las cuatrocientas cincuenta y nueve personas que iban metidas a presión en él.

FIN



Nota 1: Monteseirín es el alcalde de Sevilla.
Nota 2: Yo soy de Sevilla.
Nota 3: Estoy hasta los cojones de esperar siempre el autobús.

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